Nos agarramos a esta frase al llegar a
nuestro nuevo destino. Un campo de refugiados donde las vivencias por
las que ha pasado la infancia son más crudas si cabe todavía.
Kanni,
la mujer kurda que nos acompaña, nos pone en situación: - “Imagina
que con tres años te separan de toda tu familia, te prohíben hablar
tu lengua materna y se encargan de que olvides quién eres”. Con
suerte (mucha), acabas en un campo de refugiados y no desaparecido u
obligado a formar parte de un despiadado grupo genocida. Pues todo
esto y mucho más nos cuenta Kanni. Ella, mujer llena de rasmia kurda
(como decimos en Aragón).
Con el pecho abierto nos disponemos a
repartir sonrisas. Los niños nos reciben con un regalo en forma de
canción, el himno Kurdo; dice algo así: “Los kurdos han de estar
vivos y no muertos... los niños serán la revolución...” Acá las
risas no suenan a carcajadas, tienen mucho duelo dentro. Vemos
ojos volviendo a brillar, suenan aplausos y mucha ilusión se abre
camino de nuevo en estos pequeños grandes titanes supervivientes. Esto es sin duda “The power of love.”
Patri.
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