La
odisea está a punto de concluir y como de costumbre no queremos
regresar a Itaca, aún queda mucho por descubrir y más por aprender.
Terminamos
los últimos bolos y dejamos atrás un Katmandú caótico con filas
infinitas de bombonas de gas vacías, coches parados e improvisadas
cocinas de leña en las calles (la crisis de combustible agrava la
situación tras el terremoto y la deforestación promete ser la
próxima protagonista). Nos dirigimos a las montañas en el epicentro
del sismo: es la conclusión lógica del viaje; caminar sobre el
origen de la catástrofe.
Nepal
es un pais de encuentros y serendipias: 7 horas en el pasillo del
"batibus" nos llevan de nuevo a Syafru, con los huesos
desechos quedamos con David que baja del trekking de Lantang, su
porteador tenía nuestra actuación grabada en el móvil, la niña
del hostel nos reconoce de cuando estuvimos en su escuela, así que
parece que dejamos huella en el valle.
A
la mañana los caracoles de carreras suben la polvorienta cuesta, al
fondo los colosos. Somos felices, ahora la vida vuelve a ser
sencilla: caminar, hidratar, comer y dormir. El Himalaya siempre
incita a soñar tanto en el día como en la noche. ¿Será que un@
encuentra la calma que permite que la fantasía juegue y disfrute a
sus anchas?
La dama de Lantang-Lirung con sus 7200 metros viste coqueta una minifalda blanca, desafiante a ser cortejada. Las condiciones no podrían ser mejor: sol, cero viento, frío y 30 días sin nevar. Nunca vi tanta estabilidad para escalar en Himalaya y nosotros sin material ni tiempo. Resignación. Toca ser paseante.
Ascendemos
veloces y llegamos a la zona 0, donde una vez hubo un gran pueblo
llamado Lantang. Ahora la desolación habita en él. La tierra tembló
derribando todo, 3 minutos después se desprendió del glaciar
superior en una cascada de hielo y roca que lo enterró todo, taponó
el río y derribó los arboles en un par de kilómetros a la redonda.
Graznidos de cuervos, olor a muerte, astillas esparcidas… No
sabemos como será la guerra pero esto parece el resultado de un
bombardeo. Una pareja sobre los escombros, desenterrado una holla
abollada y polvorienta, observan, hablan de lo que fué, de lo que ya
no será. No queda tierra donde reconstruir. Silencio. Se nos
acaban las palabra. Por mucho que supiéramos de la catástrofe,
sentirla es otra historia. En las alturas la dama blanca vigila
impasible insignificantes humanos ante la magnitud de una naturaleza
tan viva.
6
Km más arriba la vida sigue su ritmo, los porteadores suben las
vigas que quedan de Lantag y reconstruyen Kaing-Gompa a marchas
forzadas. El invierno se instala en el valle, y muchas gentes siguen
viviendo en tiendas de campaña.
Subimos
el Tsergo Ri (4984 metros) en una desaclimatación express, un
montículo de tierra poco atractivo que, sin embargo, tiene unas
vistas extraordinarias de los colosos. Nos sumergimos en el
encantador mundo asfixia donde todo transcurre pausado, dolor de
cabeza, mente nublada y alegría en el alma, adoro este universo de
altitud.
Regresamos
a donde corren las aguas y el verde esculpe fantasías. En el bosque
nos volvemos campistas; un lugar en el río, una tienda, una buena
hoguera, risas y la tradicional quema de calzoncillos del valle.
Nostalgias y armonía nos arropan bajo la luna.
La
aventura me reclama y descendemos por el no Posible-Broken-Path.
Deslaves, pueblos arrasados, gigantescas rocas se adueñan de lo que
fueron los salones de casas, bosques exuberantes, playas de ensueño
junto al río, puentes maltrechos, ortigas asesinas y ocasionalmente
algún resto del camino. La guinda la ponen las Termas de Syafru
donde 3 trogloditas barbudos reposan al ocaso.
Katmandú
nos recibe frío, el invierno llegó de golpe, mañana nos aguarda el
último bolo en Darbar-Square, el centro monumental de la capital,
para acabar por todo lo alto.
La
canción del viaje: "Esto es así, no lo puedes cambiar, estamos
en Nepal de por vida…"
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