miércoles, 10 de febrero de 2016

Nepal bajo los escombros

La odisea está a punto de concluir y como de costumbre no queremos regresar a Itaca, aún queda mucho por descubrir y más por aprender.

Terminamos los últimos bolos y dejamos atrás un Katmandú caótico con filas infinitas de bombonas de gas vacías, coches parados e improvisadas cocinas de leña en las calles (la crisis de combustible agrava la situación tras el terremoto y la deforestación promete ser la próxima protagonista). Nos dirigimos a las montañas en el epicentro del sismo: es la conclusión lógica del viaje; caminar sobre el origen de la catástrofe.

Nepal es un pais de encuentros y serendipias: 7 horas en el pasillo del "batibus" nos llevan de nuevo a Syafru, con los huesos desechos quedamos con David que baja del trekking de Lantang, su porteador tenía nuestra actuación grabada en el móvil, la niña del hostel nos reconoce de cuando estuvimos en su escuela, así que parece que dejamos huella en el valle.
A la mañana los caracoles de carreras suben la polvorienta cuesta, al fondo los colosos. Somos felices, ahora la vida vuelve a ser sencilla: caminar, hidratar, comer y dormir. El Himalaya siempre incita a soñar tanto en el día como en la noche. ¿Será que un@ encuentra la calma que permite que la fantasía juegue y disfrute a sus anchas?


La dama de Lantang-Lirung con sus 7200 metros viste coqueta una minifalda blanca, desafiante a ser cortejada. Las condiciones no podrían ser mejor: sol, cero viento, frío y 30 días sin nevar. Nunca vi tanta estabilidad para escalar en Himalaya y nosotros sin material ni tiempo. Resignación. Toca ser paseante.

Ascendemos veloces y llegamos a la zona 0, donde una vez hubo un gran pueblo llamado Lantang. Ahora la desolación habita en él. La tierra tembló derribando todo, 3 minutos después se desprendió del glaciar superior en una cascada de hielo y roca que lo enterró todo, taponó el río y derribó los arboles en un par de kilómetros a la redonda. Graznidos de cuervos, olor a muerte, astillas esparcidas… No sabemos como será la guerra pero esto parece el resultado de un bombardeo. Una pareja sobre los escombros, desenterrado una holla abollada y polvorienta, observan, hablan de lo que fué, de lo que ya no será. No queda tierra donde reconstruir. Silencio. Se nos acaban las palabra. Por mucho que supiéramos de la catástrofe, sentirla es otra historia. En las alturas la dama blanca vigila impasible insignificantes humanos ante la magnitud de una naturaleza tan viva.

6 Km más arriba la vida sigue su ritmo, los porteadores suben las vigas que quedan de Lantag y reconstruyen Kaing-Gompa a marchas forzadas. El invierno se instala en el valle, y muchas gentes siguen viviendo en tiendas de campaña.

Subimos el Tsergo Ri (4984 metros) en una desaclimatación express, un montículo de tierra poco atractivo que, sin embargo, tiene unas vistas extraordinarias de los colosos. Nos sumergimos en el encantador mundo asfixia donde todo transcurre pausado, dolor de cabeza, mente nublada y alegría en el alma, adoro este universo de altitud.


Regresamos a donde corren las aguas y el verde esculpe fantasías. En el bosque nos volvemos campistas; un lugar en el río, una tienda, una buena hoguera, risas y la tradicional quema de calzoncillos del valle. Nostalgias y armonía nos arropan bajo la luna.
La aventura me reclama y descendemos por el no Posible-Broken-Path. Deslaves, pueblos arrasados, gigantescas rocas se adueñan de lo que fueron los salones de casas, bosques exuberantes, playas de ensueño junto al río, puentes maltrechos, ortigas asesinas y ocasionalmente algún resto del camino. La guinda la ponen las Termas de Syafru donde 3 trogloditas barbudos reposan al ocaso.

Katmandú nos recibe frío, el invierno llegó de golpe, mañana nos aguarda el último bolo en Darbar-Square, el centro monumental de la capital, para acabar por todo lo alto.

La canción del viaje: "Esto es así, no lo puedes cambiar, estamos en Nepal de por vida…"



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