A las 15h suena la bocina, ya están aquí con la furgoneta, que en España no pasaría la ITV y va cargada hasta los topes. Saludamos a los actores, que están cansados porque, como es la época del Ramadán, no han comido ni bebido desde antes que amaneciera.
Seguimos actuando en barrios a las afueras de Bobo, en la zona no loti, es decir, sin agua corriente ni electricidad. Tras circular por carretera asfaltada y por pistas, llegamos a un gran descampado con unas pocas casas a lo lejos, cabras y vacas pastando. La furgoneta se para. “¿Aquí?, esto parece muy poco habitado”. “Tranquilos, la gente vendrá”, dice Adama, el director. Mientras descargamos, comienzan a aparecer niños y pronto hay más de 100. Si nos acercamos para saludarlos, algunos se ríen y otros huyen asustados. Mientras los clowns españoles nos cambiamos tras el biombo, varios se asoman para mirarnos sin disimulo, porque en Africa la privacidad es un concepto desconocido. Vamos a hacer un pasacalles clown para llamar al público, para lo que hemos ensayado una canción en dioula (lenguaje local), y llevamos confeti y micro para que se nos oiga bien. Sonia comienza a tocar su acordeón y los niños nos rodean y nos acompañan a patios de viviendas donde la gente trabaja, se lava, reza,... Los vecinos nos miran con sorpresa y, a veces, nos dedican una sonrisa al escucharnos hablar su lengua. Nos encontramos al jefe del barrio y le explicamos lo que vamos a hacer para que nos dé su permiso. Durante el desfile se van uniendo más niños y volvemos con ellos al escenario, donde la música ya está a tope y Sam anuncia la función. Sigue llegando gente que sale no sabemos de dónde.
Nos cambiamos de vestuario con la compañía para ir todos vestidos a la africana. Nuestro papel es pequeño porque el texto es en dioulá y tenemos que aprenderlo de memoria. Es la primera vez que actuamos burkinabés y europeos en una obra de teatro social en la ciudad de Bobo. El director nos mete prisa, esto va a empezar!.
La obra trata la historia de una familia cuyo bebé está desnutrido porque no le dan una dieta variada, y aunque sus vecinos y amigos tratan de explicarles lo que deben hacer para que el bebé se cure, no hacen caso y el bebé muere. La historia es dura, pero está tratada con humor para suavizar el dramatismo. Al final, el director modera un pequeño debate con el público en el que les pregunta qué personajes han actuado bien y cuáles no.
Lo que hacemos aquí es teatro para el desarrollo, una forma de teatro comprometido que surgió en el Africa negra tras la descolonización para sensibilizar sobre problemas sociales. Tratamos el tema de la malnutrición infantil de forma amena, divertida y con ironía, tratando de desmontar prejuicios y miedos mostrando a la gente escenas cotidianas en las que se pueden ver reflejados. Así, el teatro para el desarrollo es no sólo un medio de entretenimiento para población con poco acceso a la TV, radio o Internet, sino que es también didactico. Por esa razón actuamos en dioula e introducimos música y baile en la función, para que el mensaje llegue mejor al público.
Calculamos que unas 8.000 personas verán el espectáculo y escucharán mensajes que pueden salvar la vida de niños desnutridos. Para nosotros, que por desgracia hemos conocido niños que han muerto de malnutrición, eso significa mucho.
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