Con esta
frase nos reímos fumando un cigarro ya en el hotel, después de la
ducha y dispuestas al momento de descanso.
Nos reímos
y nos decidimos a escribir esta entrada del blog para
contaros un poco lo que vamos viviendo en esta expedición, justo a
mitad de ella.
Es difícil
hacer un resumen de tantas cosas, emociones, impactos….pero, ¡vamos
a intentarlo!
Empezamos
nuestros primeros encuentros con grupos de mujeres en “refugios
secretos” (casas de acogida) para mujeres que han sufrido violencia
de género. Allí viven,
secretamente escondidas, sin poder salir de ellas, algunas con sus
niñ@s, tod@s junt@s, por protección. Nos sorprende ver que la gran
mayoría son muy jóvenes. Antes de empezar las responsables
(trabajadoras sociales, psicólogas) nos advierten que las chicas
están muy afectadas por lo cual al entrar al espacio lo hacemos con
cautela y suavidad. Primera sorpresa de esta experiencia: nos reciben
con enormes sonrisas, muchas ganas de jugar y compartir, totalmente
disponibles. La verdad es que sólo con vernos ya reían. Jugamos,
cantamos, bailamos. Lo más difícil fue marcharnos porque ellas no
querían despedirse.
Nuestro
propósito de trabajo en esta expedición es poder realizar talleres
además de un espectáculo y vimos que estos lugares son más
propicios ya que es el lugar donde ellas viven y se sienten más
cómodas en un entorno de confianza, entre ellas y con el equipo de
trabajo.
Los
siguientes días hasta hoy el trabajo lo realizamos en espacios cerca
y lejos de Beirut a donde acuden grupos de mujeres refugiadas, en lo
general sirias y algunas palestinas también. Cada día ha sido un
viaje diferente con ellas. Se nota mucho el peso en su mirada y su
energía esta más cargada cuando acuden de campos lejanos que cuando
son de campos más cercanos a las ciudades. Durante la función se
las ve distendidas, incluso cuando alguna no lo está tanto se
termina contagiando. Aplauden, ríen, participan, se van soltando
como si volviesen a la niña que llevan dentro. Se sorprenden de lo
que ven y de ellas mismas riendo todas juntas. Nos comentan que nunca
habían reído todas juntas así, como grupo. Después de este rato
aparece el momento de los encuentros. Bailamos, ellas nos muestran
sus bailes, nos enseñan, nos abrazamos, besamos. Nos besan fuerte,
sobre todos l@s niñ@s, y los abrazos son de una intensidad
maravillosa. También se han abierto puertas a más emociones. Por
momentos algunas lloran; se lo permiten.
El primer
día que fuimos a un espacio así las niñas quisieron cantar con
nuestro micrófono. Tenían unas voces hermosas, era muy emocionante
verlas y nuestro corazón se encogía al saber que sus canciones
hablaban de la guerra, de su tierra, de sus raíces… Con palabras,
según nos explicaba la traductora, tan profundas que tal vez ni
ellas mismas podían entender el significado. Momentos fuertes y
duros para nosotras también imaginando y sintiendo de cerca su
realidad y pensando también que en la actualidad de nuevo están en
riego de una nueva guerra.
Cada día
está resultando un viaje intenso de afecto y proximidad. Es una
suerte poder trabajar con pequeños grupos porque nos posibilita
tener gran cercanía y establecer vínculos de confianza más rápido
entre mujeres. Se notan en los grandes gestos por su parte como por
ejemplo bajarse el velo y descubrir su rostro para enseñarnos su
sonrisa. Su sonrisa gigante.
La verdad es
que nos emociona estar escribiendo este post. Empezamos riendo y
ahora se nos saltan las lágrimas. Nos damos
cuenta de la importancia de este compartir de mujeres y payasas. En su vida,
en su realidad, son mujeres que viven bajo el velo de la
responsabilidad, mujeres que han de ser serias, estar quietas,
silenciosas. El disfrute y la diversión no tienen mucho lugar en su
día a día. Y en estos encuentros con las payasas se sienten en
confianza para reír, dar y recibir amor. Y la verdad es que tienen
mucho.
¡Seguimos!
“Cada día es un cada día “
Maite, Montse, Cristi y Miriam.
Maite, Montse, Cristi y Miriam.
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