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Amadou es un príncipe de los hechizos. Puede dejarte tendido en el suelo sólo con una sonrisa. Y tiene sonrisas. Lo que pasa que muchas veces tiene otros trabajos. Uno de ellos es comer, primero debe comer para poder moverse, luego debe dormir para poder volver a comer.
Un día Amadou estaba oliendo el mercado, los olores que había le perforaban los sentidos ... le recordaban a una mezcla de cosas: nubes de mango, piruletas de hibiscus, galletas con la estampa de un niño gordo, petazetas de bibi .... Lo olía todo. Sus pequeñas articulaciones se querían poner en marcha para poder llegar a ese paraíso. Pero como sabemos Amadou antes de moverse necesita comer.
Desesperado iba mirando arriba y abajo de las calles. Las calles ese día no se movían por nadie.
Amadou decidió hacer un hechizo. Se quedó sentado en medio de un colchón que un pobre tendero no había podido acarrear, abrió los ojos como platos, y apoyando sus brazos sobre su barriga hinchada..... empezó a sonreír. Primero sonreía tímidamente, después hacía unas sonrisas espasmódicas intercaladas por una seriedad absoluta y finalmente comenzó a reír.
El ruido de los carros transportando agua, las motos, las personas gritando para hablar escondieron la música de Amadou. No lo conseguiría nunca. Nadie le ayudaría a llegar a esa fuente de pequeñas delicias prohibidas. De repente notó un calorcillo en los pies, que le subió por las piernas, recorrió el hilo de su columna hasta llegar a la boca. Increíble. El hechizo había funcionado. Por la boca le estaban entrando todas aquellas golosinas tan deseadas .....
Amadou se despertó, un sonido extraño le había obligado a dejar de mamar aquel pecho tan goloso de la madre. Estaba sudado y con el culo mojado, otra vez deberían lavar la tela que cubría el colchón. Miró a ambos lados y se dio cuenta que compartía habitación con cuatro niños más. El hospital estaba bastante lleno, ese día pero aún había sitio. Algunos de los niños dormían resultado de una fuerte medicación, una niña lloraba y trataba de aferrarse a la madre para esconderse de aquellos "tubabuw" que la habían asustado con el sonido del clarinete y una piel demasiado clara.
Amadou lo tenía claro: sonrió y de repente uno de los tubabuw ya yacía tendido en el suelo. De repente las madres de los otros niños rieron, los niños miraron sorprendidos a las madres y toda la habitación quedó bajo el hechizo de Amadou.
Por eso Amadou es un príncipe de los hechizos.
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