miércoles, 11 de octubre de 2017

Pocas (o ningunas) palabras bastan

Seguimos asistiendo a los campos de refugiados de alrededores de Chtaura, en el Valle del BekaaHemos cambiado el sol por las nubes y las gotas de agua fugaces. Hemos cambiado el cemento y ladrillo de las escuelas por la madera, lona y plástico de sus hogares en el campo. Hemos cambiado la planicie de los suelos y sombra de los escenarios colegiales por las piedras, polvo y aire libre. El público de profesores y profesoras, bedeles, cuidadores y cuidadoras, limpiadores y limpiadoras y alumnos y alumnas, por el de padres, madres, abuelos, abuelas, hermanos y hermanas. El vestuario de una clase de colegio por el de un salón de un hogar. El té de bienvenida sentados a una mesa o un sofá por  uno sentados en una alfombra así sin más.

No hemos cambiado sus ganas de reír y disfrutar, sus ganas de chocar sus manos con las nuestras al acabar, de bailar en nuestra conga que da pie al final, de contar las pelotas de malabares al verlas el cielo surcar, de sorprenderse con el mágico periódico que el agua no va a derramar, de ver girar los hula-hops dorados con un ritmo sin igual, de fascinarse con los equilibrios imposibles… No hemos cambiado después de 16 shows su palabra preferida cuando quieren participar: ana, ana, ana, ana, ana! (¡yo, yo, yo, yo, yo!). 

No hemos cambiado su situación o realidad, pero sí la hemos mejorado. Lo sabemos porque sus ojos y sus sonrisas así nos lo demuestran.

















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