Primera parte de la gira
La furgoneta de Yehya viene a recogernos temprano y nos lleva al
campo de refugiados de Chatila, donde viven mas de 25.000 refugiados,
palestinos en su mayoría y también sirios. El campo ocupa una superficie de 300 m x 500 m y la falta de espacio hace que
los edificios sean altos y se construyan pegados unos a otros, por lo
que apenas entra la luz del sol. Las calles son estrechas e irregulares,
y da la impresión de entrar en un laberinto cubierto de cientos de
cables de electricidad y agua que se entrecruzan
por el aire sobre nuestras cabezas. Cientos de personas mueren cada
año en Chatila por las malas condiciones de seguridad y la falta
de higiene. Las casas rezuman humedad y vemos cucarachas recorriendo la
basura. Nos dicen que hay ratas, pero por fortuna
no vemos ninguna.
En este entorno sucio y mísero crecen los niñxs palestinos para los
que actuaremos hoy. En esta escuela de Chatila ofrecen educacion a los
niñxs huérfanos o cuyas familias no tienen recursos. Es el primer bolo
de la gira y todo se complica. Colocan al
público en la sala antes de que podamos preparar el equipo y los
objetos que utilizamos en el show, y los tenemos que poner en escena con
los niñxs ya sentados y deseosos de ver el show. A pesar de todas
las dificultades técnicas y del calor infernal, conseguimos
acabar el bolo. Entonces llega la primera lección de esta gira, los
niñxs suben al escenario para abrazarnos y darnos las gracias, decirnos
que nos quieren y que se lo han pasado muy bien. Al ver todos esos ojos
oscuros tan llenos de amor, nuestro ego se
va por la puerta de atrás y recordamos la razón por la que hemos venido
a Líbano.
Por la tarde tenemos un bolo previsto en el campo de Barajneh, en un
centro de día para ancianos. Nos encontramos con la sorpresa de que
todas son mujeres excepto un hombre. Estas mujeres son pura fuerza y alegría. Tienen tantas ganas de jugar que una de
ellas pasa medio show en escena con nosotras. Al final del show
acabamos todas bailando juntas, es como si nos conociéramos desde
siempre. Cuando terminamos el show, las voluntarias del centro nos
atienden con mucho cariño y nos ofrecen café, té, galletas
y zumo. Nos emociona recibir la gran hospitalidad de esta gente que
vive con tan poco.
Al terminar el show, Yehya nos lleva a recorrer el campo y a visitar a
un amigo médico que ha estudiado en Cuba y habla español. La entrada
de la clínica es deprimente, sucia y lúgubre, parece mentira que en ese
lugar pueda existir un centro médico de calidad.
Una vez atravesamos el portal y subimos las escaleras, entramos en una
clínica acogedora y limpia, pero falta de recursos. El doctor nos recibe
con amabilidad y nos cuenta miles de anécdotas, la mayoría inventadas
con mucho humor. Para nuestra desgracia nos
enseña vídeos de sus operaciones en directo, es un momento
surrealista... hasta nos recomienda operaciones estéticas. ¡Si estamos 5
minutos más allí acabamos operadas! A pesar de que podría trabajar en
cualquier hospital del mundo, ha decidido dedicarse, sin ningún tipo de ayuda pública, a prestar atención sanitaria en este
campo.
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